3 julio, 2013

Marcelo Mayorga. (texto para el libro)

Por Laura Feinsilber

Hay obras que miramos océanicamente, les prestamos poca atención porque todo está dado sin misterio alguno.

Hay otras que, de entrada, requieren una lectura minuciosa, hay algo que nos invita a detenernos y escudriñarlas.

Es el caso de Marcelo Mayorga. Nos detenemos, en primer lugar, por su ambigüedad narrativa. Lo primero que atrae es la cualidad de su dibujo, fundamental, en el que se revela el silencio, el vacío.

Ambos se perciben detrás de sus construcciones, primeros planos de casas bajas de barrio suburbano, edificios iluminados en los fondos.

¿Por qué esa obsesión por las cúpulas? Desde una de ellas un personaje se sienta a mirar el río por donde pasa un barco de guerra. El clima bélico está instalado.

La ironía está presente en su galería de personajes de traje y corbata que miran azorados el pasaje de un avioncito por encima de sus cabezas, en el lado opuesto, un grupo de mujeres en actitud desafiante, mucho más osadas.

El avioncito que atraviesa la ciudad, haces de luz e incendios, son imágenes recurrentes. Mayorga es testigo de un período cruel.

La muerte está presente en una masa humana que se apiña, se aplasta, no hay compasión alguna. La violencia siempre latente.

También hace alarde de arquitecturas en construcciones frontales, escenográficas, en las que el desenlace de la escena está a cargo del contemplador. Escaleras que no llevan a ninguna parte, grandes espacios vacíos.

La obra de Mayorga propone un juego complejo, perceptivo y reflexivo: el hombre, su soledad, la vida, la muerte, sus permanentes obsesiones.

Publicado en Ambito Financiero