15 octubre, 2018

Polesello en Del Infinito

Por Laura Feinsilber

En nuestra primera nota sobre Rogelio Polesello en 1989 señalábamos que su obra era el compendio de años de investigación y realización innovadora. Una de sus preocupaciones era representar pautas geométricas que sabía combinar “ad infinitum”, un mundo matemático y ordenado en el que, sin embargo, aparecían de tanto en tanto, pinceladas informalistas.

Con motivo de un viaje a Marruecos que realizara en 1995 que le dejó una honda impresión, se permitió un zigzaguear de formas. La superficie de los cuadros aparecía rasgada, como al descuido,  intervenía lo manual en contraposición con los medios mecánicos en la aplicación del color.

Iridiscencias, transparencias, “trompe l’ oeil “, interacciones e intersecciones que refractan luz, orden, ritmo, efectos lumínicos, los colores del espectro, una verdadera fiesta para la percepción caracterizaban  su obra.

Hacia 1997 todo era blanco y negro, y por supuesto,  grises. Una voluptuosa geometría, más compacta, sin dejar resquicio alguno.

Siempre propuso un juego visual, lo que constituye una suma de estímulos, aparece una mayor espiritualización del color, una superación de su materialidad, excitando la psiquis de manera distinta.

Recordamos su muestra de 2005 en la Sala Cronopios  del Centro Cultural Recoleta en la que se celebraron 47 años de trayectoria . Allí reafirmaba su afán por la perfección y enfatizaba lo fundamental de su estética: “la obra de arte es el prisma que refracta, divide y reconstituye los elementos fundamentales de la visión”.

En Polesello no hay mensaje, no hay panfleto,   no hay búsqueda de identidad u operaciones artísticas cargadas de literatura ininteligible, sólo el presente, y desde sus inicios, décadas destinadas a la exploración del prisma. Coincidía con la idea aristotélica “acerca del placer que se da en las sensaciones se encuentra el fundamento estético”.

En la galería Del Infinito (Quintana 325) se exhibe hasta el 20 de octubre, una muestra  titulada “Vortex” en un montaje no convencional, que incluye obras de gran tamaño, acrílico sobre tela, realizadas entre 1996 y 2001, placas de acrílico tallado que el crítico Damián Bayón calificó como “concreciones o solidificaciones” ya que no se podían inscribir en la categoría de esculturas en el sentido tradicional del término,   obras de gran efecto óptico y una verdadera “joya” lumínica, óvalos cóncavos y convexos de 1971.

En otra de las salas se confirma lo de su espíritu de investigador, “un investigador tenaz  cuya base conceptual  no fue siempre suficientemente reconocida” así lo señala Elena Oliveras en el texto de presentación de la muestra, se encuentran bocetos, dibujos,  estudios, estructuras que combinan formas y colores,  el prototipo y el proyecto  para una escultura de gran tamaño así como catálogos de sus importantes muestras , entre ellos la que le dedicó el Malba en 2015: “Polesello Joven 1958-1974”  en la que el artista trabajó pero no pudo llegar a ver ya que falleció en 2014

Un curriculum vitae nutrido, una gran tarea como publicista, el éxito lo acompañó desde sus inicios, exposiciones de carácter nacional e internacional, premios, elogiado por importantes críticos de arte argentinos y extranjeros, una bonhomía contagiosa, la comunicación inmediata con el contemplador, impecable técnica, sus muestras luminosas, un hedonista que cultivó el buen gusto—según algunos, horror de expresión en estos tiempos para referirse a la obra de arte — hizo objetos bellos para hacer la vida algo más bella.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Publicado en Ambito Financiero